
El pueblo
quería empezar de nuevo, como hicieron los franceses y los ingleses, para tener
un mejor futuro. Pero no querían seguir haciendo el cine propagandista y
comercial que se había hecho antes. Querían hacer algo nuevo y económico, ya
que los principales estudios habían caído en banca rota en la segunda guerra
mundial y la ocupación nazi.
El neorrealismo
italiano, como su propio nombre lo dice, pretendía mostrar la realidad del
pueblo, específicamente de la clase obrera, y de quienes pese a no tener un
gremio de trabajo, hacían lo que podían por laborar –lo que hoy llamaríamos
rebusque-. También buscaba mostrar las precarias condiciones en las que el
pueblo vivía durante la ocupación nazi, y como se empezó a formar la
resistencia. Por otro lado, también se hacían películas en las zonas rurales de
Italia, que fueron las más afectadas del conflicto entre los “camisas negras” y los socialistas.

Esto
lo convierte en un cine crítico y significativamente bello e inspirador. Pese a
que uno de sus fines era buscar todos esos elementos que componían la “italianeidad” , es un cine universal
con el que cualquier ser humano, aún en nuestra época, puede identificarse.
Podría
decirse que su propósito era educar al pueblo, mostrarle que había esperanza, y
que las cosas debían hacerse de manera moral y políticamente correcta. Pero que
sobre todo, había que mantener el sentido de pertenencia para salir adelante
como si fueran uno sólo.

Lo
mejor es que todo ese viaje por recuperar lo perdido, el espectador lo vive
mientras viaja por las entrañas de una Roma confundida apenas reaccionando al
golpe de la guerra. Con una clase obrera que madruga para ir al trabajo en
bicicleta. Iglesias que tratan de evangelizar a los pobres más necesitados. Con
unos hombres que luchan por mantener la honradez propia y la de su prójimo. Y
con unos insensatos, que ponen por encima su bienestar y olvidan la necesidad
ajena.
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