Texto seleccionado en la categoría de "Mejor Ensayo Universitario" del Festival Universitario de Cine y Audiovisuales Equinoxio (Bogotá, Colombia) 2014
Thomas Vinterberg es un experto a la hora de construir dramas que
involucren la disolución del núcleo familiar, en especial cuando son causados
por daños o traumas de la niñez. Lo ha demostrado en “La Celebración” (1998) y
en “Submarino” (2010), ambas son historias en las que la vida del personaje sufre
un fuerte giro desde su infancia, y esto lo lleva a tener un futuro
desesperanzador. En las dos historias hay un padre o una madre irresponsable
incapaz de darle una infancia digna sus hijos. En “La Caza” (Jagten) (2012), Vinterberg ha explorado más
allá de los márgenes que solía habitar en sus anteriores películas, y ha
mostrado cómo las columnas de una comunidad pueden ser derrumbadas por uno de
los seres más indefensos que en ella conviven.
“La Caza” es una película que atrapa a todo tipo de público porque
trata uno de los temas más polémicos del siglo actual: el abuso sexual infantil.
Y además va un poco más allá, porque pone al espectador del lado del supuesto
victimario, y lo hace entrar en una balanza para definir lo perjudiciales que
pueden ser los prejuicios apresurados. Esto es una jugada muy astuta de
Vinterbeg, porque si se miran sus obras pasadas, podría pensarse que es un
fuerte agitador que le dará al público la satisfacción de ver al victimario
destrozado. Como sucede al final de “La celebración”, cuando el padre queda
humillado ante su hijo en el momento en que éste le pide que se aleje de la
mesa para que todos puedan desayunar en paz. Pero la estrategia de Vinterberg
para llevarnos a un dilema moral en su última película, es lo que la convierte
en una pieza única e inolvidable.
Cuando se habla de violación se despiertan muchas reacciones en las
personas. Algunas empiezan a afilar cuchillos y prenden antorchas para,
literalmente, cazar al victimario. En otros casos, las personas confían en que
su sistema gubernamental hará justicia, y eligen seguir el protocolo legal. También
hay ocasiones en que las víctimas optan por la triste decisión de mantener el
silencio y no contarle a nadie lo que ha pasado; provocando que no pase nada en
lo absoluto en su ámbito familiar, ni mucho menos en el social. Pero más allá
de la reacción de la víctima o de su familia, hay un deseo que casi todos tienen
en común, y es el de conseguir que se haga plena justicia contra el victimario.
Si bien es cierto que en algunos países los
violadores reciben condenas carcelarias que suelen ser consideradas como
justas, también es un hecho que el desorden de personalidad que posee un
violador es incurable. Miguel Maldonado, un médico psiquiatra y legista,
explica en una entrevista[1]
que “el violador serial porta un desorden de
personalidad, entidad nosográfica que, si bien se traduce en severos trastornos
de conducta, no es una enfermedad y, por lo tanto, no es posible de curar, como
muchos pretenden”. Y es por esta razón que la sociedad
siente miedo a la reincidencia, lo que conduce a que, para evitar más víctimas,
se busquen soluciones efectivas por medio de métodos que algunos consideran
inhumanos o de antaño.
Un ejemplo de esto, es que en
muchos países ya es de uso común el método conocido como “castración química”[2],
una droga que es aplicada a los abusadores sexuales para reducir los niveles de
testosterona, y con esto, el apetito sexual. Pero a pesar de que en algunos
países esta medida es obligatoria, en otros sigue siendo voluntaria ya que
contraviene a sus constituciones. Y cuando la medida es voluntaria, es evidente
que son muy pocos los presos que se acogen a ella, debido a que la droga tiene
efectos secundarios como la depresión, redistribución de la grasa o la pérdida
de vello corporal. También hay que agregar que esta droga no garantiza que no
haya reincidencia, dado que el efecto es reversible si el tratamiento deja de
aplicarse.
Por otro lado, se ha descubierto que un abuso sexual deja distintos
trastornos psicológicos, no sólo en un menor de edad, sino en cualquier ser
humano. Pero lo que “La Caza” hace que nos preguntemos es qué tanto influimos
con nuestros comportamientos, en los traumas que puede llegar a tener un niño,
sea o no, familiar nuestro; y qué tan preparados estamos para perdonar, sin
anteponer emociones ni prejuicios impulsados por el dolor, a una persona que
nos ha herido.
El tema del perdón ha inspirado muchas películas, artículos e
incluso libros. Tal es el caso de “Mi viaje al infierno”, escrito por María
Jimena Duzán, en el que enseña su proceso personal para confrontar el asesinato
de su hermana, Silvia Duzán; y perdonar a los autores intelectuales de dicho
crimen. Para la autora lo más decepcionante es descubrir cómo la impunidad
logra triunfar en un sistema judicial poco efectivo, y los asesinos de su
hermana, nunca responden por los hechos.
Conservando las distancias, la película “M, el vampiro de Düsseldorf” (1.931), tiene interesantes
similitudes temáticas con “The Hunt”. En la película dirigida por Fritz Lang,
se revela la cólera de los habitantes de una ciudad al darse cuenta de que sus
niños empiezan a ser asesinados a sangre fría. Este sentimiento se transmite al espectador, que desea con creces
ver a la comunidad atrapar al culpable. Pero cuando llega la hora del juicio
con el asesino, surgen dos reflexiones que cambian el rumbo de la historia. La
primera, que dicho asesino no tiene control sobre sus actos, y que sería
injusto hacerlo pagar por un crimen que no ha pretendido realizar. Y la
segunda, es que aún matando al asesino, esto no traerá a las víctimas de
vuelta.
Tanto en “The Hunt” como en la realidad, las personas suelen
preocuparse más por hacer al culpable pagar por su crimen, que por ayudar a la
víctima a recuperarse y por solucionar de raíz el problema del victimario. Los
abusadores sexuales tienen desórdenes de personalidad incurables y deben pagar
por sus crímenes, pero el bienestar social no se consigue por medio del odio,
sino por medio de un entendimiento completo de la situación, y de una justicia verdadera
con la capacidad de proteger a sus ciudadanos.
En “La Caza” se puede
apreciar cómo la vida de Lucas (Mads Mikkelsen) cambia drásticamente cuando la
hija de su mejor amigo, afectada por su irresponsable hermano, lo acusa con su
profesora de haber abusado sexualmente de ella. Esto destruye el panorama
social de Lucas, que además de ser apreciado en el pueblo donde vive, está
jugándosela por ganarse la custodia de su hijo. En este caso, la comunidad
reacciona ante el posible victimario como es de esperar; siguiendo el protocolo
legal, y tomando una actitud hostil como mecanismo de defensa. Por su parte,
Lucas se pone en la piel de la presa, puesto que está en la mira de todos, y
toma una postura bastante discutible. La agresividad y ceguera de la comunidad
se deben a una pena profunda que los indigna; se sienten indefensos si una de
las criaturas más débiles puede ser violentada tan fácil e inesperadamente.
Pero también es importante reconocer que nunca se debe hacer un juicio
apresurado sin reconocer a las dos partes, ni investigar la verdad de los
hechos. Estos distintos dilemas, causan en el espectador un suspenso demencial
que se ve recompensado al final de la historia.
Thomas Vinterberg enseña lo débiles que son los cimientos sobre los
que se construye una sociedad, y cuales son las consecuencias de los prejuicios
apresurados. “La Caza” es una película contemporánea llena de alma y vida
propia en la que resalta la excelente construcción de personajes a nivel
interno y externo, gracias también al completo e intachable trabajo actoral. El
autor demuestra una vez más que cuenta con una envidiable habilidad para crear
dilemas morales en el espectador, y reflejar conflictos tanto familiares como
sociales. Algo que ha logrado gracias a sus más de dos décadas de experiencia
profesional en el mundo cinematográfico; incluyendo su inolvidable paso por el
movimiento Dogma 95.
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