domingo, 13 de abril de 2014

Blue Jasmine, en los zapatos de los personajes

Woody Allen tiene como costumbre hacer homenajes al arte en cada una de sus películas. Su romanticismo, música clásica, uso de ciudades reconocidas por su historia artística, personajes incomprendidos, son solo algunas de las constantes que lo caracterizan. En el caso de “Blue Jasmine” (2.013), Woody Allen fue más específico y le hizo un reconocimiento cinematográfico a la película “Un tren llamado Deseo” (Elia Kazan, 1.951); o incluso podría decirse que hizo una versión contemporánea de la misma.

En “Blue Jasmine” hay dos líneas dramáticas que se entrelazan y conducen la historia, una basada en el presente y otra enfocada en hechos puntuales del pasado. La del presente muestra a Jasmine (Cate Blanchett) viviendo en la casa de su hermana Ginger (Sally Hawkins) en San Francisco, y tratando de recomponer su vida tras la caída del imperio multimillonario de su esposo. La línea que se centra en el pasado cuenta los hechos puntuales que llevaron a esa caída, también habla de la antigua vida de lujos que tenía Jasmine, y de cómo siempre hizo la vista gorda para no asumir que todas sus riquezas las tenía gracias a que su esposo era un monumental estafador.


¿Por qué no unir las dos líneas y contar la historia en orden cronológico? La respuesta es sencilla, la yuxtaposición de escenas de un miserable presente, con las de un glorioso pasado, hacen que el espectador inicialmente se sienta como Jasmine y no la mire como a un bicho raro e inmaduro. La construcción y la forma como se cuenta la historia, podría interpretarse como la visión de Jasmine de la realidad; pues ella constantemente tiene ataques que la hacen sentirse como si estuviera en un pasado el cual no ha superado.

Por eso lo que más resalta en “Blue Jasmine” es su guión planteado de inicio a fin. Cada línea de diálogo tiene un subtexto que habla de lo que realmente quieren y sienten los personajes, sin que tengan que decirlo directamente. También sus acciones y reacciones son naturales, y por lo tanto creíbles; esto gracias al excelente reparto y al completo trabajo dramatúrgico. Lo único negativo, es que la película se resuelve de una manera un poco forzada en su punto más neurálgico. Cuando “casualmente” Augie (Andrew Clay) se encuentra con Jasmine y Dwight (Peter Sarsgaard) en la entrada de una joyería, y le recuerda a Jasmine que ella junto a su ex esposo, fueron los culpables de todas sus desgracias. Sin embargo esta es otra de esas lecciones que a Woody Allen le gusta dar en sus películas; a veces pasan cosas que parecen totalmente inverosímiles pero que le pueden dar cambios drásticos a nuestros planes.

Y son justo esos planes el ingrediente que mejor está servido en el guión. Cada personaje tiene una motivación muy clara, pero en realidad es el destino el que escoge por él. Jasmine busca reconstruir su vida y seguir disfrazando su doloroso presente, mientras que Ginger quiere continuar con su idea de formar una nueva familia. En su búsqueda se encuentran con obstáculos que según el caso, las hacen desviarse de su camino para luego volver; o simplemente les crean un falso espejismo que las ilusiona por un momento, pero luego las hace volver a la realidad que les corresponde.


Es inevitable ver a los personajes de “Blue Jasmine”, y no pensar en “Un tren llamado Deseo”. Para empezar está Chili (Bobby Cannavale) que nos recuerda a Stanley (Marlon Brando); ambos con magníficas actuaciones. También hay que contar a Jasmine (Cate Blanchett), que nos hace pensar en Blanche (Vivien Leigh), ambas apegadas a su pasado, refugiadas en el hogar de su hermana, y atormentadas por un hombre fuerte y agresivo -Chili o Stanley, según el caso- que no está dispuesto a tolerarlas. Sin lugar a dudas, un gran detalle el de Woody Allen para el mundo del arte y el de los cinéfilos amantes de los grandes clásicos.

De Izquierda a Derecha: Chili (Bobby Cannavale), Stanley (Marlon Brando), Blanche (Vivien Leigh), y Jasmine (Cate Blanchet)

lunes, 7 de abril de 2014

El club de los desahuciados, representando el deterioro humano

El mito de que una película con un buen arte es aquella que luce agradable visualmente para todo el público, ha sido derrumbado desde hace mucho tiempo. Un excelente arte es aquel que logra introducir al público al contexto de la historia, y que además desarrolla sus propio lenguaje representativo trabajando de la mano con el equipo de fotografía.

El caso de “El club de los desahuciados” (Dallas Buyers Club, 2013), debe ser complicado para esos amantes de lo bello y lo puro en el cine, porque crea un coctel narrativo que combina drogadicción, alcoholismo, homosexualidad y crisis sanitaria; que es escenificado con un tratamiento audiovisual consciente del tema a tratar.

La palidez traducida como la falta de color y vida, es un sinónimo de muerte o de mala salud. Es por eso que como parte de la propuesta fotográfica de la cinta, se manejaron bajos contrastes que transportaran al espectador a ese mundo de decadencia sanitaria que se desarrolla en la historia. Acá no se trata de hacer un universo oscuro como sucede en las películas de cine negro, donde se maneja el claro oscuro. En este caso lo que quieren es darnos a entender que esta historia sucede a plena luz del día.

Los dos personajes principales tiene elementos de atrezo y de color que los caracterizan. Por un lado, Ron Woodroof (Mathew McConaughey) suele llevar camisetas blancas y pantalones vaqueros, símbolo infalible de la cultura norteamericana. En ocasiones también usa gafas y sombreros de vaquero. Todo esto como indicador de que es un ciudadano promedio, alguien común y corriente, dispuesto a luchar por su destino. El personaje de Rayon (Jared Leto) se identifica por su debilidad. Es extremadamente delgado, y se viste con colores morados. Un elemento de su atrezo es una pañoleta con puntos púrpuras, que automáticamente se relacionan con las aquellos brotes causados por el SIDA.

La historia es contada a modo de bitácora, lo cuál le da un estilo periodístico similar al de la crónica. El montaje es otro elemento usado de manera magistral; lo único lamentable, es el flashback de cuando Ron le roba a la doctora unas autorizaciones médicas. Además de ser innecesario, se sale del contexto progresivo que se había desarrollado. Por otro lado los efectos sonoros se caracterizan por ser muy psicológicos, como si de cierta forma, fuesen escuchados sólo por los personajes; algo que sirve para que el espectador se sienta inmerso en la cinta y se relacione con los personajes.


“El Club de los desahuciados” logra interiorizar al espectador al contexto de la historia, y además se adapta a un estilo periodístico que cuenta con detalle los hechos sucedidos en la realidad. Además de ser un drama, es un documento que informa acerca de un problema sanitario, causado principalmente por el desinterés, la corrupción y la ambición de ciertos sectores políticos. Su tratamiento audiovisual combinado con su excelente guión, firman un resultado muy original.